Por Eugenia Rodríguez Guzmán
Cuando a la hora del desayuno una pareja conversa acerca de los pormenores de la cena que organizaron la noche anterior, y uno le comenta al otro acerca de lo “mal” que se comportaron tres invitados que se pasaron de copas, especialmente el vecino, quien, además, tiene fama de alcohólico, mujeriego y mitómano, ¿qué tan “malo” pudo haber sido?
¿Acaso el que narra lo acontecido se basa en alguna escala que mida porcentajes de maldad? ¿En función de qué? ¿Hasta
Eugenia Rodríguez Guzmán es egresada de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), Campus Monterrey, México.
qué grado un mal comportamiento pasa los límites? Además, ¿cuáles son esos “límites”? ¿Existen “niveles” de límites? De ser así, ¿están divididos, también, por categorías? En síntesis, ¿cuándo se puede decir que alguien “cruzó la línea”? ¿Ejemplos?… Tomemos aire.
Y es que antes de pasar a la descripción en detalle de cualquier comportamiento de una persona, tendemos a darnos prisa para ofrecer un adelanto, como quien en un programa de televisión de concursos presiona inmediatamente el botón de una máquina para ser el primero en responder la pregunta del conductor, inclusive antes de que éste termine de hablar, y sin importar si lo que saldrá de su boca es o no lo correcto.
Así, sin misericordia, juzgamos el comportamiento como “bien” o “mal”, “bueno” o “malo”. No hay espacio –o tiempo- para evaluar una escala de grises. Quizá no estemos considerando, entonces, aquellos actos atroces, inhumanos, bárbaros e inimaginables de los que cualquier ser humano mentalmente saludable puede llegar a hacer gala en determinadas circunstancias. Sí, personas comunes y corrientes: vecinos, hijos, padres, hermanos, amigos, ¡nosotros mismos!, etcétera y, ojo, no única y exclusivamente “psicópatas”; o, para ir más acorde a la jerga psiquiátrica, quienes padecen del llamado “Desorden de Personalidad Antisocial”.
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